Así como los personajes en las películas ven golpes perfectos, esta generación de argentinos anclados en Europa a comienzos del siglo XXI tiene la propiedad de ver a su paso negocios perfectos.
La lógica de esos negocios es mínima: una simple trasposición de hábitos comerciales, bastardos del pseudocapitalismo latinoamericanista y snobismo inoxidable. Casi todos están codenados al fracaso, quizás porque el argentino no piensa en ellos como un servicio o producto exótico para ofrecer a una minoría, sino como una oportunidad genial para poner de rodillas a las masas.
Cada charla con un compatriota en Madrid es escuchar una batería de esas ideas: wash cars personalizados, delivery (¡y de empanadas!), polirrubros 24 horas, videoclubes de culto, periódicos a domicilio... De todas esas visiones, la única que me convence es la de los albergues transitorios. ¿Por qué el sexo fuera de casa no tiene un servicio adecuado?
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